martes, 25 de septiembre de 2012

The same.

Aún recuerdo todo lo que pasó en aquel jodido infierno.

Pero claro, eso fue ayer, y hoy, y será mañana y pasado.

Yo no necesito estar aquí, lo sabía, no estoy loca pero puede que termine por estarlo si paso demasiado tiempo aquí.

Yo solo entré allí para una entrevista, para cocinar, porque a mí me encanta cocinar, me ha gustado cocinar desde siempre y ahora me hacen esto.

En el juicio para defenderme les dije, les dije que si matábamos animales para alimentarnos, ¿porqué no la de los humanos?

Siempre que tuvieran mucha carne, les dije. Porque a los que eran muy flacos sólo les podía sacar los huesos para hacer caldo.

Estuve durante meses haciendo pasteles con ellos, y a la gente le encantaba, venían a la semana siguiente buscando más, porque me habían salido sabrosísimos, me dijeron.

¡Claro que estaban sabrosísimos! Tanto tiempo comiendo de lo mismo es como si alguien ha vivido de la mortadela, luego si le das un trozo de lomo reaccionaría como si fuera un jamón de jabugo.

¿Ves como es lo mismo? Le dije yo al juez.

No me hizo caso, y me acusó de locura.

¿LOCURA? ¿YO? Me eché a reír allí mismo, hasta llorar incluso de aquel chiste.

Y cómo pica la camisa de fuerza...




viernes, 21 de septiembre de 2012

Agony.

- Eh, vamos, tranquilízate, anda... - musitó al ver que había empezado a juguetear con su navaja, aquella que había visto afilar tantas veces, y ahora relucía, mortífera.

Pero él se acercó aún más, casi acorralándola contra la pared, mirándola desde arriba, mientras ella comenzó a llorar mientras sentía como su respiración aterrizaba en su pelo, una respiración agitada, enfadada.

- A tí nunca te han hecho daño, ¿verdad? Claro, claro que no. Siempre sonriendo, riendo y revoloteando mientras miras por encima de todas las personas que sufren - rió con una sonora carcajada, notando como ella se estremecía, y cuando pronunció la última palabra con dureza, le pegó un puñetazo en la cara, que la tiró al suelo, ya incapaz de moverse, paralizada por el terror, notó como su mandíbula empezaba a agarrotarse. - Oh, venga. ¿Porqué estás tan seria? - dijo con un deje de ironía, ladeando la cabeza.- Ven aquí que te dibuje una sonrisa...

Le perforó la mejilla, no sin antes sujetarle la cabeza contra el asfalto, estremeciéndose de placer al escuchar sus gritos, al salpicarse las manos de sangre, al deslizar la navaja hacia la comisura de sus labios.
A continuación le giró la cabeza, y con una sonrisa vio que había perdido el conocimiento.
Era una pena, ya no gritaría.

Hizo lo mismo con la otra mejilla, y limpió la navaja en la camiseta de ella.

Se levantó, procurando pisar el charco de sangre, y se fue de allí, caminando, sin mirar atrás.

Slowly.

-No hagas ruido. Podrían descubrirnos- susurró, nervioso.

La volvió a mirar. La capucha negra ocultaba la mayoría de sus rastros, y hoy que había luna llena había podido ver sus labios, pintados de negro. También se destacaba su piel pálida.

Muy pocas veces la había visto un poco más, se ocultaba tras la capucha y lo único que había podido dislumbrar había sido la sombra de sus pestañas.

- No soy idiota. Eres tú el que rompe las ramas secas- replicó, levantándose de golpe ante la sopresa del otro, que pareció dudar unos instantes antes de seguirla, con cuidado de no ser él el que pisara hojas e hiciera ruido.

Ante él caminaba Bridgett con una pala al hombro.
Como siempre, vestían completamente de negro para mezclarse con la oscuridad.

Al llegar a un punto determinado, según escogió ella, empezaron a cavar, en silencio.

- ¿Notas como te observan? - la encapuchada le miró, o mejor dicho inclinó la cabeza hacia él.

- ¿Quién?- murmuró extrañado, mirando alrededor, mientras terminaban de cavar el hoyo.
Mientras tanto se preguntó porqué estaban cavando en aquel descampado alejado de la mano de Dios, que porqué Bridgett le había llevado hasta allí.

Entonces giró la cabeza, volviéndola a mirar.
No pudo evitar sorprenderse. Se había quitado la capucha.
Era hermosa en cierta manera, con una cabellera rubia casi blanca, con unos ojos anaranjados, así que supuso que eran lentillas.

Se fijó en que de una de las comisuras de los labios se extendía una cicatriz en forma de media sonrisa, que en estos momentos se mezclaba con la suya propia.

Pero empuñaba una pistola.
Y le apuntaba a la cabeza.

- Los cuervos - sentenció ella, antes de apretar el gatillo.