Suspirar y poder cerrar los ojos ante los grandes maremotos que nos impiden ver más allá de la situación, y dejar que hasta el último trozo de nuestro cuerpo se erize ante la dulce brisa de una nueva inspiración, dejando que nos llene de arriba a abajo, que nos meta calor en los dedos, para poder volver a moverlos de nuevo y disfrutar del contoneo de la estilográfica, observando cómo entona su dulce melodía, dejando a su paso las huellas de un baile continuo.