lunes, 7 de enero de 2013

Pulling the strings.

Que el frío se te cuele por la espalda, en aquel rincón donde no llegas ni por arriba ni por abajo.

Que se te agarre a cada una de tus células, hasta que notes el pinchazo, significante de que ha llegado hasta la médula. Y que apartir de ahí, que la sensación de frío aumente.

De los tipos de frío que persisten hasta que se te acaba el oxígeno, de los que se te abrazan a los huesos para cebarse de tu espíritu.

Levantarte cada día con la angustia de que alguien mantiene el hilo que cierra tus heridas, que en esos monótonos momentos él suelta el hilo y provoca que te congeles por dentro.

Que te castigue con el causa-consecuencia, con la teoría de que los hilos de cada decisión de nuestro cuerpo, los cogemos cada uno con nuestra propia mano.

Puede que algún día, en el que cuando la causa-consecuencia nos amenace y un impulso nos obligue a tirar del hilo, la sangre que se desparrame salga helada y nos llene de nuevo ese aire, pero cálido.

Que podamos volver a desperezarnos sin que sentamos la tensión de los puntos, durante un tiempo.

Decisions like ice.

Pararse a sentar la cabeza, y suspirar ante la calidez de la situación amoldada bajo tus pies, que hacen que todo tu cuerpo se mueva al compás de la batuta ajena.

Porque en cuanto nos movamos del sitio, el calambre se extiende provocando sudor frío, manos inquietas y un continuo nerviosismo por todo nuestro ser.

Levantar más la barbilla, y dejar que la frialdad de la nueva plataforma helada nos haga perder el equilibrio e incluso caer.

Ponernos en pie, una y otra vez, y esperar pacientemente a que pase el invierno.